A medida que desentrañamos este tejido complejo de violencia, poder y manipulación, surge una constante que parece entrelazar todo lo que hemos discutido: la mímesis, ese acto humano profundo y universal de imitación, y su relación con los nuevos descubrimientos del cosmos. En cada evento violento, en cada conflicto geopolítico, y en cada avance tecnológico, hay una pulsión mimética que moldea el comportamiento humano y colectivo, llevándonos hacia un destino que parece, paradójicamente, ineludible y autoimpuesto. Y mientras las nuevas revelaciones del cosmos amplían los horizontes de lo que creemos saber, parecen ofrecernos pistas que, si se estudian con cuidado, desvelan algo más profundo sobre el comportamiento humano, la naturaleza de la realidad y las fuerzas que nos dirigen hacia un futuro oscuro o glorioso.
Comencemos con la mímesis, un concepto que proviene de lo más profundo de la filosofía y la teoría social. René Girard, su principal expositor, afirmaba que los seres humanos no deseamos cosas de manera original, sino que deseamos lo que otros desean. Somos, en esencia, criaturas miméticas: imitamos no solo los comportamientos, sino los deseos, los odios, los miedos de quienes nos rodean. Este principio básico explica mucho de lo que hemos visto en los asesinatos en masa y los conflictos globales. Estos actos de violencia no surgen en el vacío; son parte de un ciclo mimético en el que los agresores buscan replicar actos anteriores, tratando de obtener algún tipo de significado o poder. Es un fenómeno que se alimenta a sí mismo: cada tragedia engendra una nueva, cada acto de violencia se convierte en un modelo a imitar.
Pero la mímesis no solo explica el lado oscuro de la humanidad; también está profundamente arraigada en nuestras estructuras sociales y económicas. Las empresas que engullen a otras más pequeñas y menos eficientes están, en muchos sentidos, replicando este patrón mimético. No solo están devorando ineficiencias para sobrevivir, sino que están imitando el éxito de otras empresas más grandes. Se convierten en predadores, no porque estén obligadas a ello por las circunstancias, sino porque ven el éxito en la acumulación y el control. Al igual que en la violencia, el éxito corporativo se imita, y ese ciclo de mímesis refuerza la cultura de la competencia y la destrucción mutua.
Este ciclo mimético no está confinado a la Tierra. Los nuevos descubrimientos del cosmos también ofrecen pistas inquietantes sobre cómo estas fuerzas se reflejan en el universo. Durante siglos, la humanidad ha mirado al cosmos como un lugar de maravilla, de descubrimiento, y de promesas inexploradas. Sin embargo, los descubrimientos recientes nos han hecho replantear esa visión. Lo que antes veíamos como un espacio vacío, lleno de posibilidades, ahora parece ser un reflejo del caos y la violencia que vivimos en nuestro propio planeta. La materia oscura, que constituye gran parte del universo pero que no podemos ver ni tocar, es un recordatorio de lo mucho que aún desconocemos. Pero, ¿y si esta materia oscura fuera una pista de algo más, algo que conecta lo mimético en la Tierra con una estructura universal más amplia?
En términos cosmológicos, los astrónomos han descubierto que el universo se está expandiendo a un ritmo cada vez más rápido, impulsado por una fuerza que aún no entendemos por completo: la energía oscura. Y aquí es donde las pistas comienzan a entrelazarse. Al igual que la mímesis impulsa el comportamiento humano hacia un ciclo de repetición y expansión, la energía oscura parece estar empujando el universo hacia su propio destino inevitable. Ambas fuerzas —la mímesis en el comportamiento humano y la energía oscura en el cosmos— nos llevan a un punto de ruptura. En la Tierra, esa ruptura puede manifestarse en la violencia sin sentido, en la acumulación de poder, en la deshumanización. En el cosmos, la ruptura podría ser el final del universo tal como lo conocemos, con galaxias alejándose unas de otras hasta que todo quede aislado en la oscuridad.
Pero hay más. Los recientes descubrimientos en torno a los agujeros negros y las ondas gravitacionales han añadido nuevas dimensiones a este panorama. Sabemos ahora que los agujeros negros no son simplemente puntos de destrucción, sino también puntos de creación. El espacio y el tiempo se distorsionan a su alrededor, y la materia que cae en ellos no desaparece; se transforma. Este fenómeno de destrucción y creación resuena con lo que estamos viendo en nuestro mundo: las empresas devoran a otras, los conflictos geopolíticos destruyen naciones, pero de esas cenizas surgen nuevas formas de poder, nuevas estructuras. ¿Podría ser que, al igual que en los agujeros negros, estamos en medio de un proceso de transformación que aún no entendemos por completo?
Los científicos también han comenzado a considerar la posibilidad de universos paralelos, mundos que coexisten con el nuestro pero que están ocultos a nuestra percepción. Si la materia oscura y los agujeros negros son portales hacia estos universos, podríamos estar participando, sin saberlo, en un drama cósmico mucho mayor. Quizás el ciclo de mímesis, de destrucción y creación, no solo es un fenómeno terrenal o cosmológico, sino una ley fundamental del multiverso. Los descubrimientos recientes sugieren que lo que ocurre en nuestro universo podría estar influenciado por fuerzas de otros mundos, y que nuestras acciones, incluso los actos más brutales, podrían estar entrelazados con realidades que aún no podemos ver ni comprender.
Y aquí es donde el ADN entra en juego. Lo que antes se creía un código genético simple, con una estructura de doble hélice, ahora parece ser mucho más complejo. Se ha comenzado a especular que el ADN podría tener múltiples hebras, lo que añadiría dimensiones adicionales a la biología humana. Si esto es cierto, podríamos estar a las puertas de una nueva comprensión de lo que significa ser humano. Estas hebras adicionales podrían no ser solo biológicas, sino también cósmicas, conectándonos no solo con nuestro pasado evolutivo, sino con realidades paralelas, con fuerzas universales que aún no comprendemos.
¿Qué pasaría si el ciclo mimético no solo operara a nivel social, sino también a nivel biológico y cósmico? Si la mímesis no solo nos empujara a imitar el comportamiento de los demás, sino también a replicar patrones genéticos y cósmicos más amplios, ¿qué nos dice esto sobre nuestro lugar en el universo? Quizás, en un nivel profundo, nuestras acciones violentas y destructivas, nuestras luchas por el poder, no sean simplemente resultado del libre albedrío, sino manifestaciones de fuerzas mucho mayores que operan en el fondo de nuestra realidad.
Así, la pregunta que se nos presenta es: ¿qué se está orquestando? Las pistas están ahí, pero aún no las hemos conectado por completo. La mímesis, los nuevos descubrimientos del cosmos, el ADN, todo parece estar vinculado a una narrativa mayor, una que abarca no solo nuestra historia como especie, sino también el destino del universo. Estamos en medio de una sinfonía cósmica, pero aún no hemos descifrado la partitura. ¿Seremos capaces de entender las fuerzas que nos impulsan antes de que sea demasiado tarde? O, como los personajes trágicos de la mitología antigua, ¿estamos destinados a repetir los mismos errores, atrapados en un ciclo de destrucción que no podemos romper?
Las pistas están ante nosotros. Ahora solo queda desentrañarlas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario